El anticlericalismo decimonónico de Ciudadanos y de Podemos lastra la democracia

La calidad de las democracias, así lo vemos en los orígenes de la democracia americana, se mide por el respeto a la libertad de conciencia individual y a su expresión colectiva en la libertad de culto

Conocido es que el origen de la democracia americana toma su inspiración de los Peregrinos Pilgrim fathers que se embarcaron hacia América en busca de una dignidad que le era negada en las Islas Británicas. Eran los tiempos en que el estado inglés totalitario secuestrado por una oligarquía mercantil colonizaba a sangre y fuego Gales, Escocia e Irlanda.

La represión de libertad de conciencia, no solo en política sino religiosa, era una forma de asegurar el secuestro de la economía y la dignidad de los habitantes de aquellos lugares.

El siglo XIX trajo a España aquellos métodos desconocidos.

Los españoles habían sido ajenos a tales tejemanejes. La catolicidad venía casi de nacimiento para el español. Otra cosa es que su piedad fuese más o menos profunda o su vida más sincera.
Para el español del XVII y del XVIII, la libertad política no se ejercía contra la Iglesia o el Estado, sino dentro de ellos. Para eso estaban las cofradías y los gremios, fuera del ejercicio directo de la jerarquía, pero vivamente interrelacionado. Los cofrades y gremios ponían y deponían obispos y ministros.

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Algo extraño sucede en el XIX, que lleva a la debilidad del principio de jerarquía en el Derecho. El Pueblo es reducido a un sistema, cuyas reglas y autoría se vulven objeto debate y cuestión. Diríamos que el siglo XIX en política es el de Groucho Marx revisando sus propios principios.

Así, el anticlericalismo se vuelve la herramienta de quien pretende monopolizar el debate político convirtiéndose en clave de gobierno, a menudo con unos pocos escaños.

Los antaño prestigiosos Consejos, en clara referencia al don de Consejo, unos de los siete dones referidos por el Profeta Isaías, vinculados siempre a la Verdad, devienen charlas de café. La vida parlamentaria es un tostón, una caricatura, una chanza.

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Las prédicas pasan a las tertulias, convirtiéndose los Parlamentos en platós, con 20 segundos de ‘gloria’ en el noticiario. Es el ocaso del argumento. Es la política del slogan. Es un templo vacío, cerrado, precintado, envuelto en vistosos papel de regalo y con un buen lazo.